A veces era difícil hacer movidas atrevidas con Rosita. O se enojaba o soltaba un manotazo. Nunca me dejaba avanzar. Para ser del barrio bravo era bastante mojigata. Pero esa personalidad ilusoria de niña rica en barrio pobre, de ingenua en medio de la perversidad es, a lo mejor, la principal razón por la que me enamoré de ella.
Físicamente era muy atractiva. Heredó la finura de su amá. Doña Rosa vivía en La Roma cuando joven. A los 16 se enamoró de Don Juve, un pobre boxeador tepiteño. Éste se la robó una noche. Y desde entonces viven en Tepito. Fue el Romeo y Julieta de su época, sin duda. De su madre sacó los ojos verdes y la piel de leche. De su padre, una rectitud moral aparentemente imperturbable y un sentido del humor digno del más puerco de los pulqueros.
Nos conocimos en la Facultad de Arquitectura. Estábamos juntos en todas las clases y yo me la pasaba viendo sus piernas. Bendito Dios, siempre le gustó usar falditas. Yo creía que se había perdido de camino a la Ibero o alguna otra escuela de riquillos. Por eso casi me cago el día en que Ramón me soltó la neta. ¡Con que te gusta la tepiteña, eh! ¿Qué? ¿Cuál tepiteña? Pues la Rosita, no te hagas wey, si se te cae la baba cada que la ves. Sí me gusta, wey, pero ¿por qué le dices así de feo? Pues porque vive en Tepito ¿por qué más va a ser?
Al principio me costó creerlo. Después me contó que El soba soba, uno de nuestros compañeros que también vive en Tepito, la conocía desde que eran niños. Rosa siempre había sido la niña más guapa del barrio y una esplendida estudiante. Pero eso sí, era la idolatría de un ex campeón del box, una madre adoradora de la Niña Blanca y dos hermanos que vendían fayuca. La cosa no iba a estar fácil. Ojalá sólo hubiera sido una niña rica perdida en CU.
Físicamente era muy atractiva. Heredó la finura de su amá. Doña Rosa vivía en La Roma cuando joven. A los 16 se enamoró de Don Juve, un pobre boxeador tepiteño. Éste se la robó una noche. Y desde entonces viven en Tepito. Fue el Romeo y Julieta de su época, sin duda. De su madre sacó los ojos verdes y la piel de leche. De su padre, una rectitud moral aparentemente imperturbable y un sentido del humor digno del más puerco de los pulqueros.
Nos conocimos en la Facultad de Arquitectura. Estábamos juntos en todas las clases y yo me la pasaba viendo sus piernas. Bendito Dios, siempre le gustó usar falditas. Yo creía que se había perdido de camino a la Ibero o alguna otra escuela de riquillos. Por eso casi me cago el día en que Ramón me soltó la neta. ¡Con que te gusta la tepiteña, eh! ¿Qué? ¿Cuál tepiteña? Pues la Rosita, no te hagas wey, si se te cae la baba cada que la ves. Sí me gusta, wey, pero ¿por qué le dices así de feo? Pues porque vive en Tepito ¿por qué más va a ser?
Al principio me costó creerlo. Después me contó que El soba soba, uno de nuestros compañeros que también vive en Tepito, la conocía desde que eran niños. Rosa siempre había sido la niña más guapa del barrio y una esplendida estudiante. Pero eso sí, era la idolatría de un ex campeón del box, una madre adoradora de la Niña Blanca y dos hermanos que vendían fayuca. La cosa no iba a estar fácil. Ojalá sólo hubiera sido una niña rica perdida en CU.
***
Las sabanas me quedaban chicas. Sus ojos me vigilaban en todas las esquinas. Sus piernas estaban en todos los camiones. Rosita la sabrosita estaba en todos lados. No podía deshacerme de su encanto. Hubo una noche que de plano no pude pegar pestaña. Entonces me decidí que le iba a hablar al otro día. Pasara lo que pasara.
La vi tan pronto llegué a la Fac. Estaba platicando con un gorilón. Uno de esos hombres más cercanos al mono que al resto de sus congéneres. Platicaban algo tranquilamente, de pronto el gorila la abrazó, le dio un beso en la mejilla y se fue caminando rumbo a las islas. Hijo de su madre, seguramente estaba haciendo sus movidas con la Rosita. Ella venía cargando su maqueta, el proyecto de un hotel, según alcance a conjeturar. Era mi oportunidad.
¡Hola! ¿Rosa, verdad? ¿Quieres que te ayude? Hola, muchas gracias. ¿Tú eres Fabián, cierto? Vamos juntos en muchas clases. Después de aquella chispa inicial todo fue pan comido. Me explicó su proyecto y cómo lo había olvidado en casa. Que el gorilón aquél era su hermano que le había venido a dejar la tarea olvidada. Una cosa llevó a la otra. La invité a comer, ella me invitó a la Cineteca. A la semana nos sudábamos las manos en el zoológico de Chapultepec. Y al mes ya nos dábamos insolentes besos en la fuente de Coyoacán.
Llevábamos ya 3 meses de novios cuando le hice la primera propuesta. Me dijo que cómo me atrevía a pedirle eso. Que ese tipo de cosas no se planeaban, que simplemente sucedían. Y que ella no se sentía preparada. A mí me sorprendió que a sus 19 siguiera siendo virgen. Pero eso se convirtió en un perverso aliciente.
Cuando cumplimos los 4, ella creyó que era buena idea que me aventara a conocer a la Familia. Yo tenía miedo, pero con tal de tener a Rosita le cumpliría todo capricho.
***
No puedo describir fielmente la enormidad de Tepito. Hay detalles que se escapan a la vista macular. Puestos de perfumes, de bebidas, de películas piratas, de celulares, de televisores, de juguetes sexuales (¡No veas eso, cochinote!), de carriolas, de pantalones, de zapatos, de comida, de pornografía (Síguele y me voy a enojar). Una infinidad de puestos para una infinidad de artículos.
Oye, cuántos… Son 25 calles -me interrumpe- y tres mercados, más uno de comida, otro de zapatos y uno más de segunda mano. Sí aquí todos se dedican al comercio. ¿Algo más? ¿Hay mucha delincuencia? Como en todos lados, ¿no crees? No somos mejores ni peores, tratamos de salir adelante honestamente. Como la noté un poco enojada, dejé de preguntarle necedades y seguimos caminando entre dildos y afrodisiacos.
De repente nos metemos entre los puestos. A su paso Rosa saluda a una señora que vende garnachas ¿Qué tal las clases, mija? Interesantes como siempre, Chayito. ¿No sabe si ya llegó mi mamá? Sí ya está allá arriba con tu papá. A la lista de gente que saluda a Rosita se añaden un peluquero, un franelero, y media docena de comerciantes.
La familia de Rosa vive en una vecindad. Una de las más grandes que yo haya visto. Su aspecto no me gusta, parecen sucias, pero una inspección más cercana descubro que el tiempo es su peor enemigo, no la suciedad.
Subimos las escaleras y entramos en un pequeño departamento. Tiene cocina, baño, comedor y tres recamaras. Suficiente espacio para la familia de cinco. Los papás de Rosa me reciben con un tarto muy mable “Pase, joven” “¿Quiere una copita?” “¿Va a querer pollito en sus enchiladas?”. Todo el miedo que sentía al meterme en ese barrio se dispersó en cuestión de minutos.
Pasada media hora llegó el gorilón, acompañado de otro un tanto más pequeño. Traían la botana en las manos y una Coca Cola de tres litros. Te presento a mis hermanos, Salvador y Juventino. Me aprietan la mano más de lo que puedo aguantar, pero me callo, como buen macho. “Mucho gusto”.
Comimos en calma. Don Juve me cuenta sus andanzas con “El Puas” y cómo le puso en la madre al “Halimi” pero que al final éste lo descontó con un buen gancho, y por eso se le había ido el campeonato. Doña Rosa me pregunta mi opinión sobre la Santa Muerte. Yo le digo que en la universidad nos enseñan a respetar y a ser tolerantes con la ideología de todos. La señora asiente complacida y me relata cómo la Santísima había sacado a su compadre de las drogas. “Todo es fe, hijo”.
Se me hace raro que una mujer tan hermosa ande metida en supercherías tan baratas. A Rosita tampoco le gusta aquello. En fin.
Terminando de comer doy las gracias. Rosita me invita a su cuarto y creo que es el momento ideal para comenzar mi ataque. Después de cuatro meses de besar a Rosita Sabrosita, me nació un cohete en el pantalón.
Entramos y cierro la puerta. Escucho que en la sala prenden la TV, algún programa deportivo, según parece. Doña Rosa lava los trastes. Rosita me besa y para mi sorpresa es ella quien hace el primer movimiento, Empieza a acariciarme la pierna y yo la suya. Me desabotona la camisa y yo acaricio su espalda debajo de la blusa. Siento que su respiración se agita y gime de placer. Le digo que se calme que nos van a cachar.
Ella sin blusa, yo sin camisa y las ganas reprimidas me hacen meterle mano debajo de la falda. Vuelve a gemir, esta vez con más fuerza. No me importa, al fin Rosita y yo vamos a consumar nuestro amor. De pronto ella grita, mira la puerta, me giró y lo último que veo es el puño calloso de don Juve, directo a mi cara.
Terminando de comer doy las gracias. Rosita me invita a su cuarto y creo que es el momento ideal para comenzar mi ataque. Después de cuatro meses de besar a Rosita Sabrosita, me nació un cohete en el pantalón.
Entramos y cierro la puerta. Escucho que en la sala prenden la TV, algún programa deportivo, según parece. Doña Rosa lava los trastes. Rosita me besa y para mi sorpresa es ella quien hace el primer movimiento, Empieza a acariciarme la pierna y yo la suya. Me desabotona la camisa y yo acaricio su espalda debajo de la blusa. Siento que su respiración se agita y gime de placer. Le digo que se calme que nos van a cachar.
Ella sin blusa, yo sin camisa y las ganas reprimidas me hacen meterle mano debajo de la falda. Vuelve a gemir, esta vez con más fuerza. No me importa, al fin Rosita y yo vamos a consumar nuestro amor. De pronto ella grita, mira la puerta, me giró y lo último que veo es el puño calloso de don Juve, directo a mi cara.
***
Una semana después, algo compuesto de la madriza que Don Juve y sus hijos me pusieron, recibí una llamada de Rosita. Ella y su mamá estaban apenadas con lo que los hombres de la casa me habían hecho. Mi papá no entiende, me dijo. Pero mi mamá ha hablado con él, creo que empieza a sentirse un poco culpable. Mis hermanos están castigados, están trabajando en los puestos hasta en fin de semana. Gracias por decir que te asaltaron. Te quiero mucho. Ay, Rosita. Por ti, lo que sea.
Pasado casi un mes tocaron al timbre de la casa. Era Rosa, como todos los viernes venía a dejarme las tareas. Pero esta vez no venía sola, la flanqueaban Doña Rosa y Don Juve. Se congraciaron con mi madre y explicaron lo apenados que se sentían de mi “accidente”. Doña Rosa le llevó romeritos a mi madre, como una ofrenda de paz. Don Juve un estéreo nuevo con MP3 para el coche de mi padre. Mi regalo: una relación bendecida con Rosita, y la promesa de que éramos libres de hacer con nuestros cuerpos lo que se nos viniera en gana.
Cuando mi papá llegó de vender seguros comimos todos bien a gusto, muchas risas y cumplidos para el estéreo y los romeritos. Rosita estaba radiante, yo no sabía pero tenía permiso de nuestros padres para quedarse a cuidarme esa noche.
Una última disculpa de Don Juve, ya algo entrado en copas: “Qué pena lo de este muchacho, caray, pero ya está bien. Es lo bueno de ser joven. Si yo hubiera estado ahí, les juro que le habría puesto en su madre al sinvergüenza ese”. Rosita y yo nos sonreímos disimuladamente. Bien había valido la pena.
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