domingo, 5 de abril de 2009

Tarea de Foto

La verdad es que no hubo mucha meditación ni planeación de éste texto. Y de no ser por una muy feliz situación jamás habría aparecido aquí. El siguiente es un comentario sobre la película El libro de cabecera (The pillow book) para mi clase de fotografía con Adriana Egan. Me valió una calurosa felicitación por parte de la temida profesora, y un agradecimiento por escribir con el corazón.
A su criterio:
“Take photographs, take beautiful photographs”
Nagiko a Hoki


Siempre escribí primero para mí y luego para él. Él hacía lo mismo, y una vez que el texto había sido redactado, aprobado y releído debía ser entregado al amante.

Yo devoraba sus palabras, siempre amé su humor, muy bien oculto de los ojos de los demás. Visible sólo para mí, encriptado en frases y en letras que sólo nosotros sabíamos importantes. Él se emocionaba con mis frases, muchas veces inyectadas de pasión y erotismo en medio de relatos de dolor y sufrimiento.

Los resultados eran inevitables. Fuera yo quien leía sus crónicas o él al leer mis cuentos: terminábamos excitados, emocionados, deseosos de poseer aquella mente, aquel cuerpo, aquellas manos cuya escritura despertaba tanta pasión entre nosotros. A menudo, tirado al lado de la ropa o bajo la cama, se encontraba el texto que lo había provocado todo.

El libro de cabecera trajo de vuelta a mi mente las memorias de aquella relación. La difusa línea que separa el erotismo y el arte, la caligrafía y la sensualidad, la piel y el papel, la pasión y la obsesión.

Una fotografía debiera contener pasión, debiera contener dedicación, emoción, sensualidad. El fotógrafo no debiera limitarse en su arte. Debiera retratar aquello que le es más hermoso, sin importar la comprensión que de su trabajo hagan los otros. Debiera ser fiel a sus sentidos, a sus emociones, a su pasión.

¿No es exactamente eso lo que hace el calígrafo, el escritor? ¿No retrata en palabras y sobre papel lo que para él es lo más hermoso? No se esconde en las palabras, deja pistas, para que los que sean afines de espíritu sean capaces de comprender su corazón. Lo mismo debe hacer el fotógrafo, hacer fotografías, hacer hermosas fotografías. Primero para él, luego para él y al final para aquél a quien ama. Sin miedo, con pasión.

En la fotografía de la película aparece el texto, escrito en piel, la piel impresa en el cuerpo, el cuerpo iluminado por la palabra. Ninguna más importante, ninguna más allá de la otra.

El fotógrafo debe entender esta simbiosis perfecta, debe encontrarla en su interior, ser parte de ella y ser todo ella.

Cuerpo, palabra, imagen. Esenciales, Inherentes, inseparables.

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